Con los pies fríos en mi cama… te digo adiós. No lo planeaba. Planeaba que la última cosa que mirara fueran esos ojos tuyos, color espacio sideral que provocan comerse como dulces… Pero tengo que decir adiós.
Planeaba volar sobre el angosto camino hacia el fin del mundo con nuestra última luna vacía, pero ahora te digo adiós.
Estoy enojada y aún con la rabia únicamente salvaje que me creció aquí, nunca rezaría por tu mal. Nunca rezo… pero adiós. Y tal vez miento porque hablo mucho con el mar y a la vez intento ignorar al mundano cruel, es que no nos entendemos. Tú me entiendes… pero adiós.
Refugiarte en alguien puede ser un error inesperado de la misma incertidumbre, un regalo de la vida y de la muerte cuando los corazones se ponen en pausa. Entonces te digo adiós.
Adiós porque no puedo perdonar que no quieras olvidarnos, porque tampoco me perdono, porque no puedo perdonarte que existas, no esperaba tu existencia… tu existencia única, respirable, explosiva y liberadora. Así que adiós.
En las noches que terminan y en los amaneceres que se funden en el día sin avisar. En la ambigüedad del cielo sideral donde dejé mis deseos desenvainados, adiós.